domingo, 8 de febrero de 2009

Descripción histórica del apresamiento de Atahualpa en Cajamarca

a) CAPTURA DE ATAHUALPA:
La mañana del 16 de Noviembre de 1532, el Inca hizo su ingreso a la plaza de Cajamarca. Al no ver a los extranjeros preguntó por ellos. En ese instante apareció el padre Valverde pronunciando su famoso requerimiento. A continuación se le presentó un breviario. Atahualpa arrojó el libro. Entonces, el fraile dio la señal de ataque. En la refriega aparecieron muchos indígenas, incluso Carhuatongo, señor de Cajamarca. El Inca fue tomado prisionero y conducido al Amaru Huasi, donde permaneció por el lapso de nueve meses hasta el día de su ajusticiamiento.
A) Llegada de Pizarro: Para Pizarro no era estratégico desde el punto de vista militar quedarse en el litoral, es por ello que decide ir en busca del Inca Atahualpa; y es así que el 15 de noviembre divisan Cajamarca y después de una noche de bastante tensión, el 16 de noviembre de 1532, el conquistador Francisco Pizarro llegó hasta la actual plaza de armas que, por entonces, era triangular. Allí esperó a Atahualpa, el último monarca de la dinastía inca, en los ahora llamados Baños del Inca. Al día siguiente, Atahualpa hizo su ingreso a la plaza en medio de una multitud y un aparato ceremonial esplendoroso. Lo recibió el padre Vicente Valverde, quien le mostró una Biblia. Atahualpa arrojó el libro sagrado al suelo porque no entendía de qué se trataba y, entonces, los soldados españoles irrumpieron en la plaza inflingiendo una aplastante derrota al ejército imperial que huyó despavorido ante la sorpresa que provocaron las armas de fuego y las caballerías.
B) Ejecución de Atahualpa: Atahualpa fue juzgado como hereje y condenado a morir ahorcado, aunque esa pena le fue conmutada por la del garrote.

-Pizarro, conocedor de la situación (Guerra entre Huáscar y Atahuallpa), quien espera apresar a Atahuallpa para descabezar el estado imperial. Así, decide marchar a Cajamarca, entrando en la ciudad el 15 de noviembre de 1532, mientras que Atahuallpa espera acampado en las cercanías, con un ejército de entre 40.000 a 80.000 soldados. Se produce entonces el intercambio de embajadas, accediendo el Inca a entrevistarse en la ciudad con Pizarro y cayendo en la trampa de éste. Aun no consciente del todo de la nueva situación, Atahuallpa, hecho prisionero, ordenará desde su cautividad el asesinato de Huáscar y los oficiales que lo llevaban ante su presencia y el pago de un rescate por su liberación de los españoles, con el que pensaba ser liberado y ejercer su mandato ya sin oposición. El rescate se fijó en una cantidad indeterminada de oro, capaz de llenar su celda hasta la altura de un hombre, y se pudo cumplir rápidamente, al llegar objetos desde todo el Imperio. No obstante, la promesa de liberación de los españoles no se cumplió y Atahuallpa fue juzgado en función de unos cargos en parte ficticios, cuyo objetivo era eliminar la cabeza del Imperio y facultar así su caída.

Apresamiento de Atahualpa:
Algunos cronistas aseguran que en ese momento Atahualpa dio la orden de ataque. En todo caso, Pizarro fue más rápido: desde su puesto de observación se lanzó, blandiendo la espada y seguido de sus peones, al tiempo en que hacía una señal convenida a los hombres de a caballo y a los artilleros, distribuidos previamente en lugares estratégicos. En breves minutos el soberano inca fue capturado y sus acompañantes huyeron en desbandada, dejando en la plaza decenas de cadáveres. El ejército inca, que se encontraba fuera de las fortificaciones de la ciudad, no pudo hacer nada para liberar a su señor. Durante su cautiverio, Atahualpa demostró ser un hombre sagaz, inteligente y capaz de adaptarse a las más adversas circunstancias. Su perspectiva le hizo ver que, por encima de todo, los españoles codiciaban las riquezas de su reino. Por ello, propuso comprar su libertad llenando la enorme estancia donde se hallaba preso de piezas de oro y plata traídas de los más recónditos lugares de su imperio, con lo cual consiguió ganar tiempo. Al mismo tiempo, continuó dando órdenes a sus tropas situadas en el exterrior mediante mensajeros consentidos por sus captores: una de ellas fue que se ajusticiase inmediatamente a Huáscar, con objeto de que su rival no menoscabase ante los españoles su categoría de gran y único señor de los incas. Día tras día, Atahualpa actuó de forma que no se despertase el enojo de los hombres de Pizarro. Uno de los escribanos consigna: Era tan agudo que en veinte días supo la lengua de los cristianos. Otro cuenta cómo aprendió a jugar diestramente al ajedrez y a varios juegos de naipes. El propio Francisco Pizarro no podía ocultar su admiración por el prisionero, al que nunca dejó de considerar un caballero en el sentido hispánico. El comportamiento final de los españoles no estuvo a la altura de estas consideraciones. Aunque el enorme tesoro debía servir para pagar su rescate fue reunido, Atahualpa no fue puesto en libertad. Pizarro creyó que no podía permitirse en momentos tan comprometidos renunciar a la baza de retener al caudillo de los incas en su poder. La inseguridad y el malestar creciente entre los españoles, que veían en él la fuente de todo peligro, hicieron pensar en su muerte. La ocasión se presentó con la notica del asesinato de Huáscar, llevado a cabo por orden suya. El hecho de que la cabeza del desdichado llegase a manos de Atahualpa convertida en botijo horrorizó a los cristianos. La cabeza había sido vaciada, revestida de oro y provista de un caño entre los dientes. Atahualpa bebía de ella y la mantuvo muchos días ante su vista, regocijándose de ser ya el dueño total y absoluto, aunque cautivo, del Tahuantinsuyu. Durante el juicio al que se le sometió, Atahualpa fue acusado de parricidio, idolatría, poligamia y conspiración contra los españoles y condenado a muerte. El tiempo apremiaba: habían llegado hasta oídos de los capitanes de Pizarro rumores ciertos de que se preparaba un levantamiento contra ellos, y era sabido que, a pesar de encontrarse prisionero, controlaba totalmente el imperio. La sentencia se cumplió el 16 de julio de 1533, después de que Atahualpa consisntiese en ser bautizado para ahorrarse el tormento del fuego. A muchos repugnó el ahorcamiento de Atahualpa, e incluso Pizarro quiso resistirse a aceptar el resultado del proceso, pues si bien lo consideraba necesario políticamente nunca había sido visto un indígena que pudiera ser comparado con el prisionero de Cajamarca.
BIBLIOGRAFÍA:

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